24 de enero de 2011

La otra fábula del ratón y la serpiente. (Final alternativo)

Hace mucho tiempo, en un lugar muy muy lejano, una pequeña serpiente se arrastraba hambrienta por las arenas de un desierto inmenso. Su avance era lento y fatigoso, el sol era un verdugo imperturbable. Por suerte para ella, su corta vida había transcurrido siempre alrededor de aquella zona, lo que hacía que la conociese bastante bien. Fue por esto por lo que supo que a unos cien metros del cactus en el que se encontraba, siguiendo la dirección contraria al desplazamiento del sol, podría encontrar un caserón abandonado en el que podría descansar y, tal vez, sofocar su hambre.
Cuando la pequeña serpiente llegó al viejo caserón descubrió ilusionada que algo había cambiado en él. El suelo sobre el que se arrastraba, parecía vibrar al compás de unas pequeñas patitas de las que era propietario un ratón que correteaba por la planta baja del caserón abandonado buscando reposo. Pensó que tal vez hubiera tenido un golpe de suerte, ya que no solía ir allí a alimentarse.
Pero entonces, ocurrió algo inesperado. La única puerta por la que se colaba la luz del sol en la habitación en la que se encontraban los dos animales se cerró. Antes de que esto ocurriera habían sucedido dos cosas: la primera fue que el ratón se había percatado de la presencia de la pequeña serpiente; y la segunda fue que la pequeña serpiente se había dado cuenta de ello.
Siendo así, a oscuras, conscientes ambos de su presencia en la habitación y con un hambre voraz, la pequeña serpiente decidió probar suerte. Así que abrió la boca y se abalanzó hacía el lugar donde había visto por última vez al ratón con la esperanza de cazarlo allí. Pero el ratón había conseguido oír sus intenciones, pues la oscuridad no ciega el sentido del oído, y salió corriendo hacia otra parte de la habitación con la  pequeña esperanza de que la serpiente no lo encontrara en un espacio tan reducido como aquel. 
Transcurrieron unos minutos en los que ambos animales estuvieron moviéndose por la estancia en la que se encontraban sin llegar a encontrarse el uno con el otro, hasta que de repente las patitas del ratón dejaron de sonar y la serpiente, extraviada, chocó con una pared de la habitación.
La pequeña serpiente supuso que el ratón había encontrado el hueco que existía bajo la escalera de la estancia y por el que ella no cabía, así que se conformó y, atolondrada  y perdida por el golpe que se había dado, dejó la tarea de la comida para más adelante.

Moraleja para la serpiente:
"Siempre es mejor saber hacia dónde vas, antes de empezar a caminar".

Moraleja para el ratón: 
"En ocasiones, intentarlo da sus frutos".

"Moraleja para los demás:
Da igual cuál sea el principio o el final,
eso no es lo importante de verdad."

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