27 de enero de 2009

Cadenas

Te siento inspirado, corazón,
y mis dedos se quejan porque no te encuentran.
Siento inspirado al corazón,
y la Luna me sonríe sin las palabras que me faltan.
¡Late, corazón!
y al son de tus latidos, describiré una sensanción.
Te siento inspirado, corazón,
...
y el miedo reprime mi oración.
¡Que acudan los versos a mi boca!, que con el tran-tran de mi teclado se me quedan cortas las palabras.

26 de enero de 2009

Aviones de papel



Y a la luz del día, cuando la Luna era ya una mancha blanca sobre el azul del cielo, escribió los versos que convertirían su estado de ánimo en la chispa de su destino. Cogió el papel y lo echó a volar junto a los sueños que aun le quedaban por cumplir.

14 de enero de 2009

El señor de las nubes

Cuando fui a ver al minúsculo hombre que habitaba bajo tierra pero que salía de vez en cuando para que le diera un poco el sol, me encontré con una tortuga que se lo había zampado hacía unos pocos minutos, al menos eso fue lo que me dijo y yo, que no suelo desconfiar de las tortugas glotonas, la creí.

Pero cuál fue mi sorpresa cuando una noche que iba por la zona donde vivía el minúsculo hombre que habitaba bajo tierra me encontré con él. Pero esta vez no llevaba el traje irlandés de color verde y pelo rojo, sino unas sandalias doradas y una toga anudada al hombro al más puro estilo grecorromano. El pelo también le había cambiado, era de un color rubio intenso, pero su cara era la misma. Así que una vez me hubo explicado que a las tortugas se les indigestan los hombres que habitan bajo tierra por estar cubiertos por una fina capa rasposa similar a la de la piel de tiburón, le pedí lo que quería haberle pedido aquella vez que estaba dentro de la tortuga.

- Minúsculo hombre que habitas bajo tierra, he venido a pedirte que me prestes la pandereta con la que consigues que todo el mundo cante y baile a tu alrededor.

- Y dime jóven Paladín de la Pradera ¿para qué quieres tan cruel instrumento?

- Pues para tocarla en una fiesta que voy a dar en casa y así todo aquel que esté a mi alrededor cantará y bailará.

- Y dime jóven Paladín de la Pradera ¿para qué quieres hacer eso que dices?

- Porque me parece una bonita manera de pasármelo bien.

- Pero es que yo no quiero dejártela jóven Paladín de la Pradera.

- Y, ¿por qué no quieres hacerlo?

- No hay "por qué", es que no quiero.

- Pero algún motivo habrá. Siempre se hacen las cosas por algo. ¿Es porque no te rescaté del cautiverio mientras estabas dentro de la tortuga?

El minúsculo hombre que habitaba bajo tierra guardó silencio unos segundos.

- Contéstame, por favor - le pedí.

- No tendrás respuestas, ya te he dicho que no quiero.

Ante las contestaciones que me daba el minúsculo hombre que habitaba bajo tierra, me enfadé. Pero no me enfadé porque no quisiera prestarme la pandereta con la que hacía cantar y bailar a todo el mundo que estaba a su alrededor, sino porque no me quería decir por qué no quería prestármela. Me enfadé tanto que, a pesar de que me lo pasé muy bien en la fiesta que di a mis amigos, decidí no invitarle a él y, más aún, también decidí no volver a hablarle nunca jamás porque no quería hablar con alguien que no quisiera contestarme a unas preguntas tan simples.

Y así pasaron los años y nunca más supe nada más de aquel minúsculo hombre que habitaba bajo tierra hasta que un día me encontré con la tortuga que se indigestó con el minúsculo hombre. Hablando con ella supe que los minúsculos hombres que habitan bajo tierra, en realidad no tienen la piel de tiburón, como me había contado él.

- Los minúsculos hombres están hechos de carne y hueso como casi todo el mundo, y muy apetitosos que son por cierto.

- Y si tan ricos están, ¿cómo fue que lo volviste a sacar para afuera? - le dije, aunque a mi un minúsculo hombre que habita bajo tierra no me ha parecido nunca un bocado apetecible.

Observé que a la tortuga se le asomaba una sonrisa por la comisura de sus ásperos labios.

- Porque me lo pidió de una forma tal y me dio unas razones tan absolutas que no pude sino hacerle caso y no comérmelo.
Tengo que decir que estaba entre extrañado por la actitud complaciente de la torutuga ante su merienda y enfadado nuevamente con el minúsculo hombre al haber descubierto el embuste del que fui víctima.

- Y ¿cuáles fueron estas razones?

- A ti te lo voy a decir. Me dijo que le guardara el secreto y eso haré. Además, se que estás enfadado con él y que ya no sois amigos, por lo que menos motivo y derecho tienes a saber cosas sobre él.

La tortuga me provocó tanta curiosidad que terminé por ir un día a espiar al minúsculo hombre que habitaba bajo tierra. Pero era la entrada a su casa bajo tierra tan minúscula que a duras penas podría esconderme de él.. Por lo que todos mis intentos de espionaje terminaban por desecharse, abandonando por fin la idea -que no el anhelo- de poder saber cuál era el secreto de la tortuga y del minúsculo hombre.

Y abandonada la idea estaba hasta hoy, que me he encontrado en el baúl de mi desván este pedacito de leyenda que forma parte de una mayor que no detallaré porque no me gusta demasiado y que ha resuelto todas mis dudas.

Cuenta el pedacito de leyenda que siempre ha existido, existe y existirá un minúsculo hombre que habita bajo tierra y que sale de vez en cuando para que le de un poco el sol encargado de ser el dueño de los truenos, los rayos, los vientos, los mares, la luna, las estrellas, la tierra, el fuego y del agua de la lluvia, los rios y los mares. El minúsculo hombre siempre ha podido, puede y podrá manejar a su antojo cada uno de estos elementos, debiendo para esto, tener la responsabilidad de hacerlos funcionar adecuadamente para que no ocasionen mal a ningún ser vivo. Para ello, el minúsculo hombre siempre se ha valido, se vale y se valdrá de una pandereta de oro blanco que él mismo eligió para el resto de sus días y que no puede perder, prestar ni cambiar nunca jamás porque si lo hiciera sería el fin del universo en general y de su vida en particular.

Así, todas las noches desde el comienzo de los días se viste con un traje similar al de undios, sube una escalera que existe en su casa para llegar hasta el cielo y, desde el punto más alto de la nube más alta, redacta a golpe de pandereta -que es como se entiende con sus elementos- todo lo que debe acontecer durante el día que sigue.

Y cuando hoy he leído el pedacito de leyenda que hablaba del minúsculo hombre que habita bajo tierra y que sale de vez en cuando para que le de un poco el sol, se me ha pasado el enfado que tenía con él. Aunque me parece a mi que él no me perdonará por haberme enfadado con él y se enfadará conmigo, si es que no lo está ya.


Moraleja: Si preguntas y no te contestan... pues por algo será.

12 de enero de 2009

Senda

UNO.- Caminas.

OTRO.- Eso hago.

UNO.- ¿Estás seguro de dónde vas?

OTRO.- No.

UNO.- ¿Y por qué caminas?

OTRO.- Caminar es lo que hay que hacer.

UNO.- No siempre.

OTRO.- Cuando estás parado y crees que no caminas, caminas.

UNO.- ¿Y no tienes miedo?

OTRO.- Siempre.

UNO.- ¿Y qué haces con él?

OTRO.- Vive conmigo pero no sobre mi.

Los sentidos se agudizan con el paso de los pasos hacia el rumbo de lo desconocido encubierto por la niebla de los días que quedan por venir. El barro impregnado en cada uno de los zapatos entorpece el caminar sigiloso y convencido que en ocasiones tiende a tambalearse merced a alguna piedra en el camino o a una ráfaga de viento malintencionada.

9 de enero de 2009

Fuego.

Llegó el día de la insurrección. Todo estaba dispuesto para que los hechos tuvieran lugar pero el miedo sacudía su estómago de manera que paralizaba todo su cuerpo. Ante él inmensos campos se desenvolvían en un terreno quebrado, escurridizo, húmedo. Detrás suyo Córdoba mora, esquiva, perdida bajo un cielo azul turbado por el grisáceo de las nubes. Desde la sierra la Mezquita se levanta hermosa rematando la judería. Como bañada por el Guadalquivir, no muere, sino que revive su belleza a cada mirada que recibe. Miradas de siglos la contemplan.

El huidizo sentimiento le paralizaba pero su decisión estaba tomada. Se dirigió hacia la casa que se presentaba a su izquierda. Cortijo andaluz, paredes blancas, portalón de grandes dimensiones sobre el que se apoya el balcón principal de la vivienda; a ambos lados, ventanales en los que prevalecía la proporción vertical de manera que la poca altura del caserío era disimulada por éstos, haciéndola imponente a la vista. Se sintió diminuto al picar a la puerta.

Silencio. Llamó de nuevo. "¡¿Quién vive?!" dijo. No hubo respuesta.

Dio una vuelta alrededor de la casa y comprobó que no había nadie, lo que sofocó su ansiedad. No mataría a nadie aquel día. Sin embargo su tarea debía ser ejecutada. Repartió alrededor del caserío una serie de trapos impregnados de aceite. Cuando terminó prendió cada uno de ellos con la antorcha que había llevado consigo para tal propósito.

El fuego se propagaba por las vigas y ventanales de madera de forma voraz. Cuando estuvo seguro de que el ardería por completo sin más ayuda, abandonó el lugar. A la mañana siguiente solo encontraría ruinas y escombros.