10 de abril de 2010

La Trama VII. La entrega.

- El autobús viajaba lleno. Cincuenta y cinco personas incluyendo al chófer. De ellos, han salido sin un rasguño treinta y cinco, los que viajaban delante. Del resto sabemos que diez no han sobrevivido y están heridos los demás. Cuatro están muy graves, aun estamos recogiendo personas del allí...

Edgar escuchaba al enfermero desde el fondo del pasillo, en la sala de espera del ambulatorio del pueblo junto al que se había producido el accidente. Sabía que su abuela era una de esas heridas y que su abuelo no había sobrevivido. Estaba de pie, no podía parar de caminar. Miraba al suelo, atribulado por su nerviosismo. Sus manos iban de un lado a otro. Tan pronto las tenía en los bolsillos, como en su nuca o restregándolas por sus mejillas. Aun no había podido asimilar la muerte de su abuelo y el pensamiento de perderla a ella también se empezaba a apoderar de su cabeza. Eran la únicas personas que le habían ayudado realmente, tanto a él como a su hermano.

- ¿Familiares de Márquez Salado?
- Aquí - Edgar levantó la cabeza y con los ojos muy abiertos apremiaba al celador para que le informase. Márquez Salado eran sus apellidos.

Se trataba de un señor que parecía que pretendía transmitir tranquilidad a todos los presentes. Sus movimientos eran desesperadamente lentos, su gesto transmitiía seriedad y desde su voz se intuía a una persona segura:

- Te cuento, el pequeño está bien. Asustado y nervioso, así que le hemos dado un valium y está a punto de dormir...
- ¿Cómo está mi abuela? - Edgar ya sabía que su hermano Rubén estaba bien, le inquietaba más el estado de la anciana.
- Tu abuela se recupera. No será necesario llevarla a Córdoba. Tiene unas cuantas heridas pero ninguna de gravedad ni tampoco en zonas delicadas, como pudiera ser la cabeza o el pecho. Ahora te la llevarás a casa y que descanse. Que venga mañana para que comprueben los compañeros que no ha empeorado en nada ni ha surgido ningún síntoma que ahora no se vea.

Edgar suspiró, aunque el dolor por su abuelo aun le quemaba. ¿Lo sabría ella? ¿Tendría que decírselo él?

- ¿Puedo verla?
- Puedes llevártela - el tipo sonrió con tranquilidad - Pero antes quisiera informarte de la chica que has traido...
- No la conozco - Le interrumpió.

Estaba muy nervioso. No tenía tiempo para aquello. Sólo tenía en mente el poder estar con su abuela.

- No se quién es. Un chico la estaba ayudando y cuando vi que iba a moverla me ofrecí para ayudarle... bueno... en realidad, en cuanto me vio dispuesto a ayudarle salió corriendo... No se nada de la chica. La subí en mi coche con mi abuela y mi hermano y dejé...

En ese momento recordó que dejó a su abuelo en el suelo. Fue su abuela la que le había dicho que lo dejara allí, que no podría hacer nada por él. Sintió alivio al darse cuenta de que no tendría que darle la mala noticia. Pensó que estaría abatida y sintió el deseo de ir a consolarla. Sin más preguntas, dejando al celador atrás con la palabra en la boca, recorrió el pasillo y encontró la puerta que daba acceso a la habitación donde estaba ella.
La encontró en un estado de agitación inimaginable. No se mostraba abatida, pero sí nerviosa. No asomaban lágrimas en sus ojos, era miedo lo que Edgar percibió.

- ¡Edgar! Tenemos que ir.
- ¿A dónde abuela?
- No hay tiempo... tenemos que ir...
- Abuela, - trató de calmarla - ahora vamos a casa a descansar. Mañana tenemos muchas cosas que hacer...

Hablaba encubiertamente del entierro del abuelo y ella lo entendió enseguida. Tomó aire tratando de calmarse y levantó las manos para tomar la palabra. Edgar se quedó con la frase sin terminar.

- Tenemos que preparar el funeral esta noche y mañana será el entierro. Después tenemos que cumplir con la voluntad de tu abuelo.

Edgar la miró con gesto inquisitivo y, antes de que pudiera preguntar nada, ella sacó de su bolsillo un papel arrugado en el que a duras penas se podía distinguir un dibujo que no pudo reconocer.
- Antes de morir, me dijo que tenía que entregarle esto a Damián antes del Domingo.
- ¿Quién es Damián? - Contestó Edgar.

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