30 de noviembre de 2010

La torre del homenaje.

Las ruinas del viejo castillo se ubicaban en lo más alto de un monte casi inaccesible. Las rampas que conducían a él habían sido invadidas por la maleza de la montaña y  el empedrado que las componían habiá sido levantado por las raíces de los árboles que, en hileras, acompañaban la subida. Las nubes encayaban en la torre del homenaje, que aun se mantenía en pie sobre un risco de piedra oradada por el agua y el viento durante siglos.
Junto a la torre, dos personas conversaban con el aliento aun entrecortado tras la subida:
- ¿Subimos a la torre?
- ¿Está abierta la puerta?
- Sí, pero está oscuro.
- Tranquilo amigo, traigo una linterna.

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26 de noviembre de 2010

Invisible.

Apagó la luz y se sumergió en la oscuridad de la noche. El coche recorría las calles de la ciudad como un fastasma deambula por los pasillos de un viejo caserón.
Se sentía invisible.

18 de noviembre de 2010

La Trama XI. Una coincidencia.

En capítulos anteriores.
Laura es una chica que se ha visto perjudicada por la huelga de trenes. Ha tenido que coger un autobús repleto rumbo a Sevilla en la estación de Córdoba. Allí mantiene una breve conversación con una anciana que resulta ser la abuela del tipo (Édgar) que en los andenes mira cómo el andén número 22 no existe.
El autobús termina teniendo un accidente junto a un pueblo. Laura sobrevive gracias a la ayuda del mismo hombre que vio en la estación de autobuses.
Sin embargo, aunque ella no lo sabe, fue otra persona la que le salvó de la muerte: César.
César es un chico deprimido. Acaba de perder a su hermana Lidia, víctima de un asesinato. Se dirige a Sevilla caminando por motivos desconocidos aun. Durante la caminata se encuentra con el accidente y salva la vida de Laura. También le roba la cartera al abuelo de Édgar, en cuyo interior encuentra la tarjeta de visita de Damián, quien parece ser su enemigo.
Damián es el tío de Laura. Se dirige a Sevilla al no poder ir ella y así cumplir con un encargo que le encomendó y del que ella poco sabe. Durante el viaje hace una parada cerca del pueblo donde se produjo el accidente. Allí encuentra con que una misteriosa Cleo ha escapado de una especie de prisión en la que estaba enclaustrada.
Édgar también debe ir a Sevilla. Su abuela le implora que deben ir y le enseña un símbolo dibujado en un papel que su abuelo le dio antes de morir. Le dice a su nieto que deben entregarle ese papel a Damián.
Si quieres conocer mejor la historia busca los capítulos anteriores.
¿Quién es Cleo? ¿Qué es ese extraño símbolo? ¿Cómo se produjo el accidente? ¿Por qué apareció Édgar en él? ¿Cuál es la relación entre César y Damián? ¿Quiénes son los asesinos de Lidia, la hermana de César? Muchas preguntas y otras que no escribo. Se responderán en los próximos capítulos. Vamos a verlo.

La Trama XI. Una coincidencia.
La taza de café humeaba. La espera para que el líquido se enfriara era el primer descanso que había tenido en toda la noche. Pero no iba a poder permanecer por mucho tiempo en aquel bar. Le esperaba un viaje a Sevilla de al menos una hora.
Édgar tenía la mirada perdida, apoyaba sus codos sobre la mesa donde descansaba el pesado lastre que era su cuerpo en aquel momento. Sus manos rodeaban el café buscando algo de consuelo para el frío que estaba empezando a hacer.
Su abuela aun permanecía inquieta. Mantenía una postura tensa y los ojos muy abiertos. No la había visto derramar una sola lágrima durante el entierro de su abuelo. Edgar advertía que esa tristeza era contenida por un sentimiento que en ocasiones puede ser mucho más poderoso que cualquier otro: el miedo.
No había vuelto a verla tranquila desde la noche anterior, cuando se la encontró sentada en la camilla del ambulatorio sosteniendo un trozo de papel en el que había dibujado un extraño símbolo. Sus ojos verdes palpitaban fuego, igual que en ese momento.
- Son las doce Édgar. Debemos salir cuanto antes. A las dos suele haber mucho tráfico en Sevilla y no quiero que nos retrasemos más.
Édgar asentía distraído. Había pasado toda la noche bajo una presión similar. Tuvo que preparar el entierro de su abuelo a contra reloj. Se habían estado mezclando a lo largo de las horas las disputas, negociaciones y demás decisiones banales con la dolorosa sensación de vacío que deja la ausencia de un ser querido.
Sin embargo, entendió que debía ser fuerte ante aquellas circunstancias. Por primera vez en su vida se había sentido verdaderamente adulto y se empezaba a dar cuenta de que eso no era nada fácil. Cuando uno no sabe de qué consejo hacer caso y de cuál ha de huir, tiene que basar su actuación en función de su propio instinto, le pese a quien le pese. Tal vez por eso...
- Abuela, ¿qué es lo que realmente vamos a hacer en Sevilla? - Recalcó aquel "realmente" para hacerle saber que creía que no le estaba contando toda la verdad.
La pregunta y su tono sorprendió al propio Édgar, que no se reconoció. Obedecer sin hacer preguntas era lo que le habían enseñado a lo largo de su vida, desde que quedara bajo la tutela de sus abuelos. Pero tal vez aquel chico había crecido, tal vez había llegado la hora de dar un paso adelante, sintió que tal vez debía ocupar el lugar dejado por su abuelo. pero no sabía que ese lugar ya tenía dueña: su abuela.
- Ya te lo dije anoche. Vamos a entregarle a Damián, el jefe de tu abuelo, el papel que te enseñé anoche.
El silencio que guardó durante unos segundos fue motivado porque él nunca había sabido cuál era exactamente el oficio de su abuelo. Decidió obviar esa pregunta por parecerle que su abuela le reprocharía que aun no lo supiera.
- ¿Qué significa ese símbolo?
- Espero que Damián nos lo pueda decir. - Sonreía cansada, ocultando la verdad. Desvió la mirada para no sostener la mentira. - Vamos, no te quedes ahí.
- Espera abuela, otra cosa. - Estaba serio, hablaba con gravedad. - ¿Por qué estas prisas? ¿De verdad era tan necesario enterrar al abuelo en este pueblo? ¿No pudimos llevarlo a casa y después...
- ¡No! Mira, tenemos prisa y no podíamos retrasar más nuestra llegada a Sevilla. Tu abuelo manejaba un asunto de vital importancia con ese Damián. - Era la primera vez que la oía hablar del jefe de su abuelo con cierto odio. - Además, seguramente no sepas que tu abuelo y yo crecimos en un pueblo que no está muy lejos de aquí...
- Ni siquiera sé como se llama éste.
- Estamos en La Carlota y nosotros somos de una aldea llamada La Guijarrosa. - Suspiró.- Escúchame, él hubiera querido que hiciésemos las cosas así. No le des más vueltas.
No muy satisfecho con las explicaciones recibidas, salieron del bar. Como de costumbre, echó un vistazo para ver si se olvidaba algo y de repente se acordó de su hermano.
- ¿Crees que Rubén estará bien con ese tipo?
- Tranquilo, Mateo es un buen tipo y un amigo. No ha puesto ningún inconveniente en cuidar del niño.
- Los pondrá cuando acabe el día, seguro. - Rubén era un niño inquieto, casi insoportable.

El coche atravesaba el pueblo sobre un molesto adoquinado en busca de la salida a la autovía que habría de conducirlos hasta Sevilla.
Junto a una glorieta, Édgar vio a un chico haciendo autoestop. Era el mismo que salió corriendo cuando lo vio aparecer en el accidente. Decidió parar. Hacía frío y llevaba a penas una camiseta rasgada y unos pantalones sucios.
La abuela miró a su nieto con cara de sorpresa, pero retuvo sus palabras al ver más de cerca la cara de aquél autoestopista.
Se abrió la ventanilla del coche y desde su interior se pudo escuchar un "¡sube, te llevamos!".
- ¿A dónde vas, chico? - preguntó el conductor.
- Voy a Sevilla, pero me valdrá donde me dejen, había pensado llegar hasta Écija para coger el autobús que sale a la una...
- No te preocupes chaval, nosotros también vamos a Sevilla. Ha tenido suerte. ¡Qué coincidencia! ¿no es cierto? - Trató de simpatizar con él.
- No creo que sea una coincidencia demasiado grande. - Intervino la abuela. Volvió la cabeza hacia el asiento trasero y clavó sus ojos verdes en los suyos. - Hola César.
Un incómodo silencio invadió el habitáculo.
- Señora, yo no la conozco...
- Pero yo a ti sí. - Y devolvió su vista a la carretera.

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