6 de abril de 2011

Poner los pies en el suelo.

Cayó, cayó y cayó y una hoja enorme paró su caída. Se levantó y oteó el horizonte. No veía como seguir bajando pero tenía que hacerlo. Comprendió que el mejor camino era seguir cayendo, así que se abalanzó sobre el vacío y siguió cayendo. Esta vez fueron un par de metros. Aterrizó sobre una enorme rama que le enseñaba el camino hasta el tronco de aquel gigantesco árbol. Enseguida pudo ver la senda, pudo ver el fin de su camino, el principio de otro. Eran unos cuantos metros nada más, estaba ilusionado, parecía casi conmovido.

Por fin llegó a tierra firme y solo entonces se dio cuenta de que no era para tanto.


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