31 de julio de 2010

La Trama X. Damián.

Era la enésima vez que tomaba aquel desvío de la autopista, pero aquella era especial. A penas quinientos metros más atrás había tenido lugar el accidente del autobús en el que viajaba Laura, su sobrina. Precisamente en aquel lugar, precisamente ese autobús, precisamente aquella noche. Damián estaba muy preocupado. Necesitaba comprobar que dejaba todo en orden antes de seguir su camino hacia Sevilla.
Después de haber tomado el desvío, giró a la izquierda y después siguió recto por la carretera que rodeaba a aquel pueblo llamado La Carlota. Siguió por la carretera de La Paz con rumbo a La Guijarrosa, una pequeña aldea diseminada que se asienta en un terreno quebrado lleno de colinas verdeadas por el color de los olivares que las inundan. Quedaban unos siete kilómetros para llegar hasta su primer destino y el estómago se le empezaba a descomponer por los nervios.
El día se empezaba a torcer gris. Las nubes procedentes del oeste empezaban a invadir el horizonte. El azul quedaba detrás suya, en Córdoba. Damián no tenía ninguna duda de que se trataba de una tormenta. No le gustaba conducir así, pero debía estar en el piso de Sevilla antes de las cinco de la tarde. Laura no podría hacerle el favor de ir en lugar suyo, como tenía previsto, por culpa del accidente.
Tendría que ir al encuentro del viejo, a pesar de que guardaba muchas reservas con respecto a Seve. Ya hacía tiempo que sospechaba que se estaba metiendo en asuntos que no deberían interesarle, tal vez empezase a saber demasiadas cosas. Damián llevaba ya un tiempo meditando quitarse de en medio al viejo. No le servía de mucho, sabía cosas, y le preocupaba que pudiera irlas contando en cualquier momento. No confiaba en él y mucho menos desde que tuvo que hacerse cargo de sus dos nietos. Eran un lastre para él que podría llevarle a tomar decisiones equivocadas en momentos concretos. Prefería no verlo en previsión de que el muy astuto adivinara sus pensamientos - recordó que tenía una inquietante facilidad, casi mística, para leerle las intenciones en sus ojos -, pero esta vez no iba a tener más remedio que aparecer.
Y es que la curiosidad le asaltó después de la conversación telefónica que mantuvo con él. "Tengo algo que te va a encantar, señor anticuario", le dijo. Detestaba que le llamará así, por el tono despectivo que usaba. En ocasiones el viejo le sacaba de quicio. En cualquier caso, llevaba mucho tiempo buscando el símbolo. "¿Lo has encontrado?", preguntó Damián aquél día por teléfono. "Lo sabrás cuando lo veas. Sábado, diecisiete cero cero, donde siempre." le había contestado Seve justo antes de colgar sin despedirse.
Pero antes debía ocuparse de algo importante: su propia seguridad. Detuvo el coche unos mil metros antes de la entrada a La Guijarrosa. A su derecha se alzaba el cortijo de Los Cobos, propiedad de su familia desde que fuera construido a principios del siglo XX. Entró a pié por sus dependencias y sacó una linterna que usó para adentrarse en un pasillo interminable que circundaba el patio central del edificio. Los Cobos no parecía conservarse mal. Los usos y cuidados que le daban los jornaleros durante los inviernos para recolectar aceituna parecían no caer en balde.
Cuando llegó a la parte trasera, cogió unas llaves con las que abrió un gran portón que daban acceso de nuevo al campo. Anduvo quinientos metros entre olivares hasta llegar a una segunda edificación a penas visible desde cualquier punto si no se está cerca. Esta edificación era más antigua aun que Los Cobos. Se trataba de un simple corredor estrecho realizado en piedra y argamasa. Tenía una única puerta, una cancela hecha con barrotes de acero. Parecía una cárcel... una cárcel vacía. Fue entonces cuando Damián se sobresaltó como si hubiese visto al más feroz de los monstruos ante sus ojos.
Corrió de inmediato hasta alcanzar el coche y condujo lo suficiente como para tener cobertura. Hizo una llamada. Una voz adormilada apareció al otro lado.
- Samuel, es Cleo, ha escapado. - Damián se dio cuenta de que gritaba sin que fuese necesario. Los nervios le invadían.
Hubo un momento de silencio. Se escuchaba una respiración sosegada.
- ¿Me oyes? - insistió Damián.
- Sí jefe, claro. Bueno, son malas noticias, pero no se preocupe, la tal Lidia ya no la puede ayudar. Nos ocupamos de ella, ¿recuerda?
- ¡Hijo de puta! ¿Has encontrado al hermano?
- Aun no, jefe, pero no se preocupe, daremos con él, si es que sigue vivo, porque se pegó una buena castaña aquel día...
- ¡Espabila! Esos dos no se deben ver. Ahora tienes doble misión. El chico y Cleo. A Cleo la quiero viva, ¿entiendes?
- Es una tía bien bestia, jefe, no se si podremos...
- ¡Viva, Samuel! Si ella cae, tú también.
Colgó lleno de frustración. Empezaba a atar cabos. El accidente del autobús cada vez parecía menos casual. Pero, ¿cómo demonios podía haber sabido Cleo que Laura iba en ese autobús?

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20 de julio de 2010

Braulio

¿Sabes cuándo uno aguanta y aguanta hasta que ya no aguanta más?
Es como cuando te tiran chinitas y chinitas hasta que te hartas de que te tiren chinitas. Hay quien, cuando se harta, lo dice y pide que se le deje en paz. Hay otros que, cuando se hartan, empiezan a devolver las chinitas con más fuerza, sin nisiquiera molestarse en decir que se les ha molestado.
Braulio era el típico tipo de persona mal educada, sin mesura en el lengüaje y con el orgullo de tener repugnancia por todo lo que él no considerase "español". En su mundo, "español" era el arte de la tauromaquia, el Real Madrid -aunque le gustaba más el de Don Santiago Bernabéu, por supuesto, y no éste lleno de crsitianos, gutis y figuritas-, la heterosexualidad homofóbica y las personas sin piercings, tatuajes, melenas ni pendientes.
Adoraba lo "español". Así que lo fusionó con todo lo que él entendía que era España. Su España, la que acaba en Los Pirineos, la que comparte península con Portúgal, la que rodea a Gibraltar, la que se zambulle en el Mediterráneo hasta llegar a Baleares, Ceuta o Melilla, la que se coge un transatlántico para terminar en Las Canarias.
Cuando Braulio pensaba en España, lo hacía pensando en la tierra, en el territorio que ocupaba el país entre las fronteras que quién quiera que fuere definió en algún momento; pero también pensaba en su visión de todo lo "español".
Sin embargo, al pensar en España, nunca pensaba en los demás españoles -costumbre muy española ésta-. Así que idealizaba que todo el territorio español contendría gentes igualitas a él, por lo que otra persona con otras definiciones para lo "español" no sería considerado por Braulio como español.
Personas que no solo saben cuál es su verdad, sino que saben que su verdad es La Verdad; y lo demás es sólo magia en la Edad Media, sonarse la nariz en la Inquisición o no ser nazi en la Alemania del holocausto.
Personas que no entienden un mundo prismático, que se zambullen en pensar que los demás están equivocados sin nisiquiera pararse a escucharlos, a conocerlos, a pensar como ellos...
Es tarde, mucho tiempo sin escribir... salió lo que salió, y por descontado que no podía faltar la palabra España (¡Campeones!)