27 de diciembre de 2012

El faro de la isla Estornuda.

Historia dedicada a aquella persona que, sin querer, me dio la idea para hacerla.
Esa persona que me alumbra el camino cuando el mar me hace zozobrar.


I.- Introducción.

He ejercido muchas profesiones a lo largo de mi vida a pesar de que actualmente no es eso lo que las empresas desean escuchar cuando te hacen una entrevista de trabajo. Ahora, lo que las empresas buscan es a un profesional formado, con mucha experiencia en un puesto similar y con un alto nivel de especialización en el oficio a desempeñar.
El carácter, las habilidades no demostrables o la capacidad para aprender y aplicar lo aprendido han quedado a un lado de un tiempo a esta parte. La culpa de esto, entre otras cosas, la tiene la gran demanda de empleo que existe en la actualidad.
Esta mastodóntica demanda provoca que las empresas tengan la esperanza (cuando no la certeza) de que el perfil de persona que están buscando está disponible en alguna parte y les está esperando. No les culpo. Seguramente, si estuviese en su lugar, haría lo mismo.
Se lo que el mundo espera de mi y lo acepto. Hay que elegir un camino y apostar por él con determinación. Perfecto, me parece bien. Pero me me resisto, me niego a pensar que todas las profesiones que he desempeñado no me han servido para nada. Al contrario, determinan mi forma de ser, y no solo la forma de desarrollar cualquier tarea, sino que también lo hacen en el ámbito personal.
Por eso no voy a olvidar todo lo que he hecho hasta ahora, que no es poco. Recuerdo haber trabajado muchísimo de cara al público: camarero sin saber contar, maestro sin saber leer, socio Enron o vendedor de enciclopedias (en 2009). También he desempeñado trabajos que requerían una gran paciencia como pueden ser los de taxidermista o relojero en el País de Nunca Jamás. Me he involucrado en campos que no son muy conocidos, como puede ser la cata de olores o la reproducción asistida de animales. Incluso he realizado labores como jornalero o testador de preservativos que, sin duda, exigen un gran esfuerzo físico.
Pero sin duda, la profesión que más me ha maravillado, la que más me ha realizado personalmente, la que más ha marcado mi caracter es la de farero. Permitidme que me ponga serio y que os robe un poco de vuestro tiempo para que os cuente cómo este humilde servidor consiguió la gran hazaña de ser el farero de una pequeña isla perdida en el océano llamada Estornuda.

II.- Presentación.

Soy Ahmed Alí Omar y, aunque por mi nombre no lo parezca, nací en Sevilla hace unos cuantos años. Concretamente soy trianero. Mi madre cuenta que mi concepción tuvo lugar junto al puente de Triana, en la calle Betis. La historia de mi nacimiento es bastante curiosa, pero no os aburriré con ella porque no viene al caso.
Y el caso es que allá por los años noventa trabajaba como ayudante de un arqueólogo junto a la Torre del Oro en mi ciudad natal. Mi jefe, Torcuato de la Obra, había conseguido convencer a la administración del municipio de que junto al monumento se encontraba enterrado un tesoro perdido durante la época de la conolización americana.
Tras tres años de excavaciones que importunaron bastante la correcta circulación de vehículos del Paseo de Cristóbal Colón, Torcuato, tuvo éxito y encontró unos lingotes de oro no muy lejos de donde habían comenzado las excavaciones.
El problema surgió más adelante, cuando supe que mi jefe no pretendía donar su descubrimiento a ningún museo, ni al municipio, ni a nadie. Torcuato de la Obra tenía la sana intención de pegarse unas duraderas vacaciones en cualquier país extranjero con mucha playa y mucho sol a costa del dineral en forma de oro que había conseguido sustraer de las entrañas de la ciudad. Tal es así que, engañado completamente por este tunante, me vi involucrado en el asunto y me convertí en uno de los personajes más buscados por la policía de la ciudad.
Este hecho me obligó a huir a Cádiz. Estuve malviviendo por sus calles durante más de cinco meses. Dormía escondido en el parque de los Genoveses y me alimentaba de la generosidad de los buenos gaditanos de manera tal que conseguía no llamar demasiado la atención con la esperzana de que en algún momento pasara la tormenta y la policía se olvidara de mi.
Sin embargo, ocurrió todo lo contrario. Una mañana de primavera un agente del orden me reconoció y emprendí una huida desesperada durante diez o quince minutos que me valieron para darle esquinazo al picoleto. Ese mismo día comprendí que tampoco estaba seguro en aquella ciudad, ni en ninguna otra de mi adorada nación. Tenía que salir del país.

III.- El viaje.

La decisión que había tomado acarreaba un par de problemas a solventar. A saber: tendría que sortear las preceptivas aduanas y lo tendría que hacer sin un duro en el bolsillo. Así que resolví que lo más prudente era arriesgarme y colarme en el primer barco que se pusiese a tiro.
No quiero aburriros con las visicitudes de la escaramuza que me llevó a ser uno de los varios polizones que viajaban a bordo de un buque llamado Minerva II. Solo os diré que me costó tres horas encontrar la pequeña oquedad por la que se estaba colando un chaval de no más de quince años. El nombre del barco me preocupó bastante. No dejaba de pensar en que no tiene sentido ponerle el mismo nombre a dos barcos por muy iguales que sean, así que me preguntaba constantemente si le habría pasado algo al Minerva original.
Acallé mis dudas y me dediqué a vivir lo mejor posible tratando de no preocuparme por el destino al que se dirigía el navío. Durante más de una semana dormí en las bodegas del Minerva II escondido entre cajas enormes. Había comida almacenada por allí por lo que no pasé demasiada hambre.
Transcurridas esas dos semanas un marinero bajó a las bodegas, supongo que para revisar la carga que el buque transportaba. No se cómo me las ingenié pero fui el único de todos los polizones que allí habíamos al que descubrió el marinerito. Me llevaron inmedietamente en presencia del capitán que era, en resumen, un hombre bastante cabroncete. Tal es así que, como yo me negaba a identificarme por temor a que me entregara a las autoridades españolas, decidió que yo era un Juan Bragas corriente y moliente y que mi cuerpo podría descansar en el fondo del océano sin que nadie se molestase en buscarme nunca.
Noté que la tripulación, que era de la cuerda del capitán, recibió con gran alegría la noticia de que mis huesos fuesen a ir a parar al océano. Fijáos hasta el punto que llegó el jolgorio que el día de mi caída había preparada allí una especie de fiesta en mi honor. Daba la impresión de que esa gente arrojaba personas al mar todos los viajes...
El caso es que me tiraron atado de pies y manos. Pero, astuto de mi, conseguí deshacerme de los nudos con facilidad y, poco después usé las cuerdas para atarlas a un par de tortugas marinas* que me llevaron a tierra, a la primera tierra que encontré, que no era otra que la isla de Estornuda.

Referencia a la película "Los piratas del Caribe".

IV.- Estornuda.

Para mi es un honor poder decir que fui yo quien le puso el nombre a esta isla. Os cuento brevemente como surgió el asunto:
A los pocos minutos de llegar a la isla, me encontré un pueblo de indígenas no muy lejos de la costa. Eran los únicos seres humanos que habitaban aquél recóndito lugar y tenía toda la pinta de que no habían conocido nunca otra civilización que no fuese la suya. Al acercarme a ellos les pregunté dónde estaba, frase a la que siguieron un par de estornudos por culpa de que, cuando estoy al sol un cierto tiempo, me pica la nariz de tal manera que no me queda más remedio que estornudar.
Los indígenas me miraban con sorpresa cuando un niño miró a su madre y le preguntó algo que no pude entender. La mujer, sin dejar de mirarme, pronunció una palabra que yo identifiqué en aquel momento como "kalimotxo". Desde aquel instante, por pura guasa, yo llamé a aquel lugar "Kalimotxo".
Unos meses más tarde, cuando ya lográbamos entendernos merced a que les estaba tratando de enseñar mi idioma, conseguí que me dijeran lo que había pasado el día de mi llegada. Resulta que en la isla, nadie había visto nunca a una persona estornudando. El niño había preguntado a su madre que qué era eso que acababa de hacer. Pues bien, "Kalimotxo" (o lo que quiera que dijera) significaba "No tengo ni la menor idea". Por lo tanto, aquel día les enseñé la palabra "estornuda" a los indígenas; aquel día empecé a llamar a la isla por el nombre que finalmente ha quedado reflejado en los mapas: "Estornuda".

V.- Faro.

En la isla hacía falta un faro. Se trataba de una civilización que vivía principalmente de lo que el mar le podía proporcionar. No quiero ponerme medallas, pero en mi orgullo se ha incustrado la idea de que les ayudé a mejorar las pingües enbarcaciones con las que pescaban. Las hice más grandes, más pesadas y más seguras de lo que eran antes. Esto sirvió a los indígenas a pescar más, lo que contribuyó a que la población creciese considerablemente en los pocos años en los que estuve allí.
A pesar de los avances, no todos los pescadores volvían a casa por las tardes. El mar es peligroso y se cobró varias vidas durante los primeros meses de mi estancia. Otros desaparecían durante días y, cuando volvían, contaban que no habían encontrado la isla al final de su jornada y que, por pura casualidad, habían conseguido volver pasando multitud de penalidades. Así que me propuse convencer a los indígenas de que necesitaban un faro que ayudara a los marineros a localizar la isla con facilidad de manera que se redujeran las desapariciones y posibles muertes.
Me costó varios meses hacer ver a los habitantes de la isla la importancia de mi idea. No fue fácil, los estorninos (gentilicio de Estornuda) no identifican la individualidad como algo importante. Su sistema social estaba basado en el grupo. Todo funcionaba como un reloj. Si faltaba una pieza, era sustituida sin echar de menos a la anterior. Es una forma de vida en la que me resultó muy difícil encajar pero logré respetarla y apreciarla en su justa medida al cabo de los años.
Iniciamos la construcción del faro ya en el siglo veintiuno pero no nos llevó mucho tiempo. Nos servimos de la altura de un acantilado situado junto a una playa. Allí levantamos una torreta de no más de tres metros a base de piedras.
Sobre ella situamos un enredoso sistema de piedras cristalinas -que identifiqué como diamantes del tamaño de tres cabezas como la mía (y tengo mucha cabeza)- mediante el cual conseguíamos reflejar y proyectar la luz solar hacía el océano de tal manera que Estornuda era visible a decenas de kilómetros de distancia.
Me encargaron a mi el mantenimiento y conservación de la edificación. Y puse mi empeño en ese oficio durante todos y cada uno de los días que me restaban en aquella isla.
Definiría al farero como el marinero en tierra por excelencia. Un farero es el encargado de cuidar de un faro. Es el que mantiene la luz encendida del punto al que se dirigen sus compañeros cuando regresan a casa después de uno o varios días de trabajo. Se trata de un oficio poco agradecido. Nadie se acuerda de ti hasta que faltas.
Y hasta aquí mi historia. Tal vez, en otra ocasión os cuente cómo, cuándo y por qué salí de aquella encantadora isla para emprender otras aventuras. Sólo tal vez.


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7 comentarios:

  1. Pues tal vez yo quiero que la cuentes. Me ha gustado mucho esta historia manuelísimo, tiene un algo especial y sobre todo el nombre de esa isla.

    Es original, es diferente a lo que he leído. Has tardado, pero ha merecido la pena.

    1 besote.

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  2. WOW!!! Dos cosas Manuel: la primera es que tienes algo especial en tu manera de escribir que te deja pillada, no sabría decirte si es la fluidez de tus frases, la impresionante imaginación que derrochas, o ese cautivador sentido del humor que no hace otra cosa que desee seguir lleyéndote con la media sonrisa dibujada en la cara , en fin.... La otra cosa es: este texto merece algo más que ser un pequeño relato para una frase del cuentacuentos, quiero decir que harías de esta historia una novela maravillosa, según iba leyendo pensaba que hay detalles tan fantásticos, que merecerían que los alargarás hasta el extremo, no se sí me entiendes... Sea como fuera, no dejes esta aventura así, no lo hagas, es de lo más entretenido que he leído en mucho tiempo, enhorabuena!

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  3. Me gusta mucho esta historia y al igual que Jara, me encanta el nombre de la isla, muy original. Yo también quiero saber más cosas sobre el protagonista y las cosas que ha vivido.
    Una cosa, la numeración romana que vas poniendo, repetiste el III dos veces ;)

    Nos leemos!

    P.S. Cuando puedas ve a mi blog, dejaste tu comentario en el relato anterior. Haz un copia y pega y ya me encargo yo de borrar el antiguo después ;)

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  4. Entretenida aunque, para mi gusto, le faltan más juegos tipo estorninos de Estornuda. Escribes bien, aprovéchalo; me parece larga.
    Y paro que llegarás a odiarme si sigo.

    Saludos, el enterao.

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  5. Como dice María, tienes no solo material sino la constancia necesaria para pasar del relato a la novela. Sabes mezclar elementos sólidos de la realidad con los impredecibles de la imaginación y el resultado es una aventura que conforme la vayas puliendo, quien sabe, acabe en libro ;)

    Feliz año Manuel!

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  6. Que imaginación tan grande, ¿de donde la sacas? genial, creo como mis compis que deberías extender esta historia a algo más largo, con tu imaginación no creo que te cueste, je. Felicidades y saludos.

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  7. De tal vez nada, más te vale contarnos más peripecias sobre Ahmed.
    Tienes material para algo más grande aprovéchalo.

    Un abrazo.

    Nos leemos cuentacuentos.

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